Las buenas intenciones: esta siempre será mi casa

18.9.03

esta siempre será mi casa

Recuerdo la casa de Rosa-Luxemburg Strasse como si de ella hubiera salido esta mañana a coger la línea U2. La puerta con la señal triangular amarilla y negra y una enorma cucaracha en el medio. Cucaracha en alemán se dice Kakerlake, otra muestra de que este idioma no es lo que parece. Recuerdo la sensación cálida al entrar en oposición al tétrico portal y las escaleras que olían a chamuscado. Quizá era por el suelo de madera y la luz difusa...la tabla del tercer paso cruje, así que aprendí a pisar despacio, a entrar en casa con calma. La postal con la foto en blanco y negro de un niño sobre la mirilla de la puerta y la profecía de galleta de la suerte pegada con cinta adhesiva a la salida de los ojos, según se sale: ”All your sorrows will dissapear”. Fue cierto desde que entré allí.

El baúl, el espejo frente al que me hice fotos; ojalá haya capturado mi imagen para que un trozo de mí se quede allí para siempre, aunque sólo sea un reflejo.

El salón con el piano y la estantería sujeta por los mismos libros que contiene, alguno de los cuales había leído, la mayoría no...¡qué rabia tener tantos cerca y no poderlos leer! Cuantas veces me pregunté quien sería su dueño, al que sólo conocía vagamente por correo electrónico. Tantos de esos libros que estaban dedicados...imaginaba que debía quererle mucho la gente. El sofá: una cama bajita, tres o cuatro cojines, una colcha. La casa de alguien que desea que le visiten. El piano que tanto me entretuvo...¡fue una sorpresa tan agradable aun sin saber tocarlo! Las extrañas postales colgadas por toda la casa (Aufhängen!)...los discos colgados en perchas como camisas recién planchadas, una vez más discos también queridos, las plantas, mudas, que se conocen todas las historias que los demás ignoramos.

La mesa de las cenas, las fiestas y las mañanas después, el mantel que compré sembrado de manchas de vino indelebles, también la mesa donde quería sentarme a estudiar aunque no me quedaba tiempo, donde escribí algunas líneas que prefiero olvidar. Las sillas, modelos originales de diseño, piezas casi de museo.. y las lámparas, catalogadas. La casa llena, todas diferentes, todas especiales.

Mi cuarto. No, su cuarto. cada noche me preguntaba quién dormía allí. Dejé de soñar que viajaba, y volví a hacerlo la primera noche que pisé España de nuevo. He vuelto a los coches, los trenes, las estaciones y los aeropuertos, incluso las persecuciones. A veces busco algo, pero siempre me despierto sin haberlo encontrado. Un somier de futón, sin patas, y un colchón me hicieron soñar que había llegado a casa. La terracita a donde las visitas salían a fumar, incluso cuando nevaba y desde donde tomé tantas fotos al Volksbühne, el escenario del pueblo que es como un animal enorme y dormido. Qué apacible guarida.

La cocinita, todo minúsculo. Neverita rabiosa...algo tan pequeño y tan eficiente! La lavadora paseante (recuerdo aquel día que tuve que ponerla a funcionar con el diccionario en la mano, porque no era capaz de hacerme una idea de qué querrían decir esas palabras tan largas). El pequeño velador de mármol donde Inga y yo nos tomábamos cafés mientras ella lavaba la ropa y me contaba historias fantásticas de su vida. Cociné mucho (y bueno)...cuánto disfruté preparando cenas para Sladana, Vedran, Ola, Ben y tantos otros (Ole, Henrik, Javier, Guillaume, Shalini, Ambra, Mariana, Daniel...) recordé el placer de sentarme a ver cómo se cuecen las cosas, de cocinar para quien quiero y no para sobrevivir, también de cocinar con compañía, riéndonos Sladana y yo de las tonterías de la radio (era el año del Aserejé, y yo intentaba desmentir que fuera lo único que se escuchaba en mi país). También batí algún récord...cinco kilos de ensaladilla rusa, dos ollas de natillas, tortillas de patatas de ocho y diez huevos...la vista del teatro una vez más, el teatro mirando dentro de la casa y el vecino que tenía el poster de “Abierto hasta el amanecer”, de testigos de la escena, todos los cachivaches de los restaurantes del Mitte que debieron ser recolectados, regalados...todos distintos, en una casa única.