Las buenas intenciones: un cuento

18.9.03

un cuento

Hace un mes que empezó mi nueva vida. Llevaba casi un año dándole vueltas a la idea, desde que vi el anuncio en el holograma publicitario que flota frente a mi puerta. También había tenido noticia de algún conocido que se había sometido a la operación y siempre me había parecido ir demasiado lejos en nuestro nuevo concepto evolutivo, no obstante, cualquier operación de la nueva generación que implique hurgar en los sesos de la gente me horrorizaba. Entendía la química, al fin y al cabo, o el cuerpo la depura con el tiempo o se contrarresta con otra sustancia, pero una operación, irreversible...

Pese a mis reservas, algo hizo que cambiara de opinión, y fue lo que me contó un compañero de trabajo. Acabábamos de bajar del transporte cuando me preguntó si me encontraba bien. Puede sonar raro, pero hacía años que no me preguntaban algo así. Habiendo desterrado todo rastro de paternalismo en las relaciones laborales, en las escuelas...me sorprendió que alguien que no estaba en mi lista de amigos pública (que, por cierto, es muy útil cuando no quieres cargar con tantos datos que te sobrecarguen, quién, dónde, direcciones, teléfonos, horarios...se publica en un archivo de fácil acceso y punto), decía, que me sorprendió que alguien a quien apenas conocía me preguntase si me encontraba bien. No supe qué contestar, dije que me iba todo bien por cortesía, es lo que se enseña ahora, se está bien, y pensar más allá es una pérdida de tiempo. Lo cierto es que la pregunta volvió a mí en el siguiente rato libre que tuve, y el otro, y el otro. Es cierto que, como ya se preconizaba en el siglo XX la humanidad había llegado a un glorioso punto de control de sí misma: una economía unificada, un sistema que comprendía que formaba parte de él que hubiera desigualdades, y por lo tanto se ocultaban en la apariencia. Todos tenemos la misma pinta, no hay ya símbolos externos, pero inevitablemente sigue habiendo clases. Las religiones también habían sido oficialmente abolidas (aunque quedaba algún grupo de rebeldes que seguían manteniendo ciertas prácticas, que no suponía riesgo alguno, surgían y se extinguían solos). Es cierto que es una sociedad mucho más dirigida que hace años, lo he podido comprobar en el archivo general, donde quedan graciosas, descoloridas y obsoletas fotografías, películas...que se muestran para ratificar lo bien que nos ha ido de un tiempo a esta parte. El último grito en refinamiento había sido el desarrollo de técnicas quirúrgicas que mediante una simplísima operación, permitían anular zonas enteras del cerebro. Por ejemplo, ¿alcoholismo? (sí, quedaban algunos individuos así aún), se anula esa pequeña parte de materia gris que está dañada e induce al consumo excesivo. Obesidad? Se permite a los individuos no volver a sentir hambre ¿Angustia? Se elimina el deseo.

Era cierto que llevaba una vida algo gris, mejor dicho, descolorida. Quiero decir que llevo una vida muy sana, nadie diría jamás que soy un bicho raro ni nada por el estilo. Un trabajo agradable, con jornada de tres horas (me costó que me asignaran turno doble, pero al fin lo conseguí, prefería llenar mi tiempo con algo más de tiempo útil), un ocio bien programado que nunca cae en la rutina, vida social con todo lujo de detalles, hasta cuento bien los chistes. Ahora bien, había en mí una inquietud que me hacía perder el hilo de lo que leía, buscar algún archivo una y otra vez en las unidades donde guardo recuerdos de infancia y juventud, mirar disimuladamente a alguien en el transporte matutino, y eso era el deseo de compartir algo, quizá de saber si realmente tenía algo que mereciera la pena. Algunos de mis compañeros se habían emparejado de por vida (completamente innecesario hoy en día, la muerte en vida para algunos) y, sorprendentemente no les iba mal. Oí por los pasillos alguna vez la palabra “enamorado” entre cuchicheos, resultando que el tipo en cuestión era un verdadero ganador, así que esperaba que me podría tocar algo así algún día, pero no llegaba. Empecé a perder la paciencia y a desesperarme, a encerrarme en casa en vez de acudir al club de ocio, a ser descortés si alguien con cara de felicidad me dirigía la palabra (traidores, todos unos traidores....). no crean que no lo intenté, es decir, no me senté en el prado de la primera estación de descanso que encontré a esperar...repasé mi lista de contactos y comprobé, por duplicado, que mi media naranja, si es que eso existe (que no, que es falso) no se encontraba en ella. Es más, hasta fue un suplicio tener que volver a ver algunas caras. Tan bellas pero tan aburridas. Como se puede imaginar, cuando quise contestar a aquella pregunta impertinente, me dije que no podía controlar mi deseo, porque además noté un mayor interés en conseguir logros personales (un pecado gravísimo, por emplear una terminología obsoleta).

Todo esto me hizo acudir a la consulta que se anunciaba tanto en los paneles del transporte público. Tras rellenar un cuestionario simple y ver algunas simulaciones contando cómo sería la operación y qué sentiría (o mejor, que no sentiría), pasé a ver al cirujano. En la consulta me volvió a explicar la operación: anestesia total, un agujerillo en el cráneo en una zona muy concreta, tres incisiones, succión del trozo extirpado, repoblación neuronal con células preprogramadas, que mueren a los pocos días, pero que ayudan a no perder el control sobre otras acciones secundarias, reposición de tejido óseo, epidérmico y folículos pilosos, y listo. Ni siquiera tendría cicatriz. Quedamos para la semana siguiente, debía llegar de mañana y en ayunas, y volvería a casa pasada la anestesia, unas pocas horas después. La inquietud, la pulsión, habrían desaparecido, y mi vida sería tranquila y plácida como nunca.

Recuerdo que lo primero que vi fue a una enfermera, que avisó con un gesto al cirujano. Éste me informó que todo había salido bien y me resumió el dossier que me habían entregado con instrucciones para que la recuperación fuera rápida y eficaz. A partir de ese día no sentiría deseo acuciante por nada, pero no sería indiferente ( si siguiera habiendo budistas en el mundo, ninguno tendría razón para pasar hambre y horas interminables meditando), es decir, conservaría mis gustos y capacidad de juicio, algo muy útil para ser alguien en los círculos sociales. Por otro lado, había deseos que no se pueden eliminar porque según me dijo mi Caronte particular, su origen se encontraba mucho más profundo, en la parte reptil de nuestro cerebro, y tocar ahí era muy delicado. Se estaban haciendo pruebas con delincuentes irrecuperables para la sociedad, pero sin éxito por el momento: si la incisión no era perfecta, se dañan otra áreas vitales como la percepción del hambre, la sed, el instinto de conservación... así que estos individuos pronto morían por inanición o falta de líquidos, o simplemente, porque no existe en ellos una chispa que les impulse a ser mejores... Ante los episodios –cada vez más esporádicos, eso sí- que tuviera, debía dejarme llevar, no imponerme a ellos. Al fin y al cabo, serían un pálido reflejo de mi vida anterior. Me advirtieron también que aún tenía mis recuerdos, y que ellos también me lo harían pasar mal a ratos. El consejo fue que los contemplara como lo que son, un archivo de otros tiempos, una gota de pasado en el mar de futuro que me espera. Y me recreara en ellos como quien contempla una obra de arte, desde una perspectiva lejana. Me prescribieron unos medicamentos y una cita pasado un mes y me dejaron purgar mi anestesia en un cuarto a oscuras. Recuerdo que soñé , pero ya no buscaba algo desconocido y lejano como había hecho tantas otras veces antes. Ahora flotaba, veía paisajes, reconocía lugares familiares. Hace un mes que empezó mi nueva vida...